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Opinión

Decimoprimer día: El tratamiento funciona

Fernando Quintela

Jueves 19 de marzo de 2020

ACTUALIZADO : Sábado 21 de marzo de 2020 a las 10:45 H

5 minutos

Decimoprimer día: El tratamiento funciona

Jueves 19 de marzo de 2020

5 minutos

Diario de un confinado
 

Noveno y décimo día: en el hospital

Octavo día: el paso del tiempo comienza a hacer mella en las emociones

Séptimo día y segundo de confinamiento forzoso

Seis días aislado

 

He amanecido bien, mejor. No tengo fiebre por primera vez en 11 días y la neumonía que podría complicar la situación no aparece. El tratamiento que me están aplicando funciona.

Todo el mundo opina y pregunta. Ayer, no exagero, debí recibir unos 2.500 wasaps. Esto significa dos cosas: la gente se preocupa por mi... y lógicamente por ellos. Quieren saber. He respondido casi todo, excepto alguna improcedencia, pero uno acaba agotado.

Vuelvo sobre el día anterior, o el otro, donde dejaba caer la ignorancia y el atrevimiento de todos nosotros en situaciones criticas que se tornan actualidad. No hay que pedir que la gente sepa quien fue Celso Emilio Ferreiro o que hay un ladrón de democracias que se llama Rafael Correa y es de Ecuador, aunque muchos de los que hablan de este país no saben ni situarlo en el mapa. Hablo de Correa por poner un ejemplo del pasado reciente y que ha sido sucedido por otro rebelde, Lenin Moreno. Da igual, en España opinamos a bocajarro sin pensarlo, y no nos conformamos con saber de fútbol; ahora toca que sentenciar sobre medicina y coronavirus.

Es gratificante ver cómo en una familia como la mía, plagada de médicos, ademas de muchos amigos, todos están pendientes de mí pero ni uno solo se ha metido en el jardín de decir si lo que están haciendo sus colegas conmigo es mejor o peor. Hay catedráticos y especialistas de todo tipo. Implicados todos en la lucha contra coronavirus “Tú haz caso a los internistas. En los protocolos del Hospital y Ministerio ni se contempla”, es la respuesta de mi hermano Martin, oncólogo, a un comentario inocente llegado de un buen amigo. Es decir, respeto total. No conozco un colectivo más considerado entre ellos mismos que los sanitarios.

Me atiende la internista Raquel Sampedro. Impecable. Hasta se ha dejado hacer la foto sin un solo pero. Si no eran antes así, esta situación les está convirtiendo en ídolos. Cuando todo esto pase quizá necesiten ayuda ayuda (si no la necesitan ya, la psicológica, porque la material a todas luces). No es normal lo que están aguantando.

La doctora Valle me vigila desde fuera. Con cariño y máxima atención, médica y afectiva. ¡Y yo que creía que era una mujer dura!

Vuelvo a mi habitación, figuradamente porque no me puedo mover. Hoy ha salido el sol, y me está calentando los piececillos. Mientras me cambian o añaden una medicación y espero unos broncodilatadores, disfruto viendo el cielo azul desde la planta 9 del hospital de La Princesa. Incluso abro un poco la ventana, ¡qué gusto!

Os centro una historia de crisis sanitaria personal mal gestionada que terminó bien de milagro... Vivía en La Habana, Cuba, en 1996. Me metí a investigar un caso de corrupción de menores en el que estaba implicado un médico español de una ONG. Una niña de 14 años resultó muerta por querer testificar. La ONG negoció con Castro la libertad del médico a cambio de que no volviera a Cuba. En la investigación tuve dos avisos: un Comisario cubano me advirtió: “saca el pie de ahí que te van a joder”, y Antonio Rubio y Manuel Cerdán me aconsejaron desde España: “no sigas. Eso lo investigamos desde aquí. Ahí tu vida no importa nada”. Efectivamente días después me ingresaron en un hospital (después de un cita extraña en una cena con desconocidos) con las pupilas paralíticas. Me habían envenenado pero no debieron dar con la dosis adecuada. Después de varios lavados de estómago, llegó el diagnóstico elaborado: aneurisma intracraneal. Falso. Bajo la responsabilidad de mi padre, médico también, y por desacuerdo claro con el diagnóstico, pedí el alta voluntaria y regresé a España sin pagar la factura del hospital cubano (el director se negó a hablar conmigo de las negligencias que yo había detectado). Resultado en España: envenenamiento.

Volé de nuevo a La Habana, y me citaron a una comida con Fidel Castro en el Palacio de la Revolución. Fidel, altanero y déspota, me pidió mi opinión sibre algún tema y se la di. Le conté lo de mi ingreso en el Hospital Cyra García. No le gustó nada escucharme. Poco después me expulsaban de Cuba.

Tenemos que agradecer el Sistema Sanitario que tenemos en España, sobre todo a quienes están las 24 horas con nosotros. Realistas y sin dobleces. Ya estamos escuchando a Bolsonaro y Diaz Canel diciendo sandeces sobre la cura del COVID 19. Que no toquen las narices, que no sigan manipulando el miedo. Esto no es una broma ni una oportunidad populista. Se trata de la vida, y si sirve para cambiar algo, mejor.

Me voy a mi comida sin sal y a seguir indicaciones. Sin prisa, pero con esperanza que me gustaría que todos tuviéramos porque tenemos de los mejores profesionales del mundo.

Ojalá Cuba, que tantos médicos buenos preparados y dispuestos tiene, no se deje llevar por politiqueos si les llega el “momento cero”. Si quieren estar bien prevenidos, que se fijen en cómo lo han hecho en China y aquí. Y no desde el Gobierno sino desde la actitud de los profesionales.

Y el Gobierno, con sus peros, tampoco ha estado tan mal cuando ha reaccionado.

Sobre el autor:

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Fernando Quintela

Fernando Quintela es periodista y director institucional de 65Ymás.

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