La noticia es que se aprobaron los Presupuestos Generales del Estado con los votos de once partidos, todo un homenaje al minifundio parlamentario. Y la consecuencia, que el gobierno Sánchez ve consolidada su mayoría (188 escaños), con lo cual tiene asegurada la legislatura. Enhorabuena al gabinete, felicidades a su presidente y un testimonio de aliento: dado que, según la ministra de Hacienda, el Presupuesto beneficia a todo el mundo, desde los emprendedores a los jubilados, esta es la oportunidad para lo tan prometido de “que nadie se quede atrás”. Es lo que se puede esperar de un equipo que sigue presumiendo de ser el más progresista de la historia de España, aunque a veces sea desmentido por los datos de pobreza y desigualdad. La sombra de las cuentas públicas y de la nueva estabilidad la ponen los socios que las han respaldado: no son los más deseables porque, en su mayoría, no piensan en la solidez del Estado, sino en su destrucción. Pero, como decía el otro, con esos bueyes hay que arar. La ministra de Hacienda dijo anoche que hubo que pactar con ellos porque el PP no prestó su apoyo. Me parece, ministra, que es una disculpa poco creíble. Lo sería mucho más si se nos dijese en qué momento se pidió ese apoyo al Partido Popular y en qué momento se negó.