Opinión

Qué es el prolapso y cómo se trata

Ramón Sánchez-Ocaña
Ramón Sánchez-Ocaña

Lunes 30 de marzo de 2020

5 minutos

 

El prolapso es la caída o el descenso de un órgano de su normal localización porque sus tejidos de sostén se relajan o se debilitan. Los prolapsos más frecuentes son los de recto y útero aunque por extensión se habla de prolapso genital porque el útero y la vagina también pueden desplazarse y asomar al exterior.

Los ligamentos y los músculos que mantienen el tono de esa zona están debilitados o excesivamente relajados y por tanto no pueden cumplir su función.

Los prolapsos genitales son más comunes de lo que se piensa: hasta 12 de cada 100 mujeres son intervenidas quirúrgicamente por este problema a lo largo de su vida.

Las razones del debilitamiento pélvico son muchas y no se debe siempre a haber tenido varios embarazos como suele creerse. Puede influir, qué duda cabe, el número de partos vaginales. Pero una de las causas más comunes es la falta de estrógenos por la menopausia, ya que los estrógenos influyen de manera directa en la fortaleza del suelo pélvico. También se debe considerar el esfuerzo prolongado durante el parto, el estreñimiento crónico, la tos frecuente, los estornudos o la obesidad. Todas estas causas ejercen una presión constante sobre el suelo pélvico y por tanto amenazan su vigor e integridad.

Normalmente, los síntomas se asocian a un sensación de pesadez o presión en la zona, sobre todo cuando se está de pie. 

Aunque son varios los órganos que pueden sufrir el prolapso (vejiga, recto) el más habitual es el de vagina y útero.

Cada mujer puede vivirlo de manera diferente, y para unas pasar casi desapercibido, mientras que para otras puede suponer un trastorno serio que altera su calidad de vida. Casi siempre comienza por incomodidad o dolor en las relaciones sexuales, incontinencia urinaria, dolor, presión y pesadez en la pelvis, como si los genitales pesaran de más o tuviera un  cuerpo extraño. Hay también molestias al andar y es muy común que aparezca dolor en la parte baja de la espalda.

La solución más habitual es la quirúrgica. Si la mujer tiene ya bastante edad y no desea actividad sexual, se cierra completamente la vagina y se resuelven todos los problemas del suelo pélvico. En otros casos, se trata de recolocar los órganos afectados en su posición original. Es la solución más eficaz.

Cuando no es posible la intervención o la mujer no quiere pasar por el quirófano, se utiliza un dispositivo -anillo o disco- de silicona que se inserta en la vagina para sujetar los órganos desplazados. Evidentemente, requiere unos cuidados especiales como su desinfección cada mes.

Aunque hemos hablado de los distintos órganos que se pueden desplazar, los más comunes son el cistocele, que es el desplazamiento de la vejiga. Su importancia reside en cómo sea de grande ese desplazamiento porque en ocasiones llega a asomar por la vagina, con el riesgo de infecciones urinarias.

El de útero es uno de los más frecuentes y también llega a asomar al exterior.

El rectocele es, como su nombre indica, la caída hacía adentro del recto y que obliga a intervenir casi siempre porque puede producirse una acumulación de materia fecal.

Ejercicios de Kegel

Siempre que se plantea la posibilidad de reforzar el suelo pélvico se  recurre a los ejercicios de Kegel. Son simples y consiguen mejorar la musculatura de la zona, con lo que puede ser útil, además, contra la incontinencia urinaria y mejora las funcione sexuales.

Tumbada, sentada o de pie -la postura es quizá lo de menos- la mujer debe tratar de contraer los músculos que se utilizan para interrumpir la salida de la orina. Contracción durante 10 segundos. Inmediatamente, relajación durante otros 10. Deberá repetirse de 10 a 20 veces seguidas y por lo menos tres veces al día. En dos o tres meses mejora notablemente el tono muscular de toda la zona.