Opinión

Una reflexión sobre el sexo en la tercera edad

Ramón Sánchez-Ocaña
Ramón Sánchez-Ocaña

Jueves 26 de diciembre de 2019

3 minutos

La vida es un proceso. Uno no llega al espejo una mañana y se dice eso de “Caray, ya soy viejo”. No. Uno va reconociendo arrugas, va notando las manchas de la melanina, recibe los avisos de la cana y la gafa que antes solo era para el crucigrama, ahora se hace imprescindible. Empezamos a envejecer desde que empezamos a vivir. Por eso insisto en la idea de proceso. Hablar de sexo en la tercera edad, es como hablar de alimentación en la tercera edad o de deporte en la tercera edad. No hay una ruptura con todo lo anterior. Porque tampoco hay una puerta, un umbral que traspasar para ser mayor. Vamos siéndolo.

En el sexo ocurre lo mismo. La mujer por ejemplo ya empieza hacia los 40 años a tener menor lubricación vaginal. Cuando la menopausia aflora (en España se sitúa en 50 años con una variación de más, menos 3) hay un proceso de atrofia vaginal y la lubricación es mucho menor.

En el varón la dificultad de erección o de mantenerla comienza también mucho antes de la tercera edad. Los especialistas prefieren hablar de disfunción eréctil y no de impotencia. Y por una razón muy clara. La palabra impotencia parece referirse a una especie de todo o nada, cosa que no suele ocurrir. La disfunción, sin embargo, puede indicar grados,  momentos, ocasiones... Pues bien, se calcula que alrededor del 67 por 100 de los mayores de 65 años tienen esa disfunción en mayor o menor escala...

Son solo dos rasgos de cambios físicos, pero que no por ello tienen que interrumpir la actividad sexual. Porque no podemos olvidar que el órgano sexual de mayor potencia se llama cerebro. Y ahí, en la edad que sea, reside todo un archivo de posibilidades. No hay que acudir al orgasmo juvenil de la prisa, ni a la calma adulta en que la experiencia manda sobre la pasión.

Ahora el sexo cambia. Hay más tiempo, hay más libertad, hay más conocimiento. Bien es verdad que también puede haber más rutina. Contra ella hay que luchar, porque ese es realmente el enemigo de la sexualidad de los mayores.

Y para ello hay que partir de una base clara: el diálogo en la pareja, el convencimiento de que la vida sexual forma parte fundamental de toda la existencia. Que una vida sexual plena (diferente a la de otras etapas, es verdad) es uno de los pilares de la calidad de vida.

Además la medicina nos puede ayudar para que los problemas físicos no impidan  llevar a cabo aquello que el cerebro sueña. Es lo de siempre: tenemos que convencernos de que la edad no se cumple con el calendario, sino con la cabeza.