Opinión

El ruido mata (y no exageramos)

Ramón Sánchez-Ocaña
Ramón Sánchez-Ocaña

Miércoles 13 de noviembre de 2019

3 minutos

Un serio estudio relaciona los altos niveles de ruido y el riesgo de morir por causa cardiovascular. Y no es la primera vez que se demuestra que la exposición al ruido eleva la tensión. Pruebas realizadas en zonas cercanas a los aeropuertos han certificado que la tensión elevada es superior que en otras zonas.

Hace algún tiempo, una revista española (7 días médicos) publicaba un resumen del trabajo de los doctores Tobías, Recio, Díaz y Linares sobre los niveles de ruido y mortalidad cardiovascular. Su investigación se basó en el análisis del ruido del tráfico en Madrid y Barcelona y la mortalidad a corto plazo por causas cardiovasculares. Y encontraron que había una asociación estadísticamente significativa.

Por ejemplo: por cada decibelio que sobrepase de los 65, que es el umbral que la Organización Mundial de la Salud propone, el riesgo de morir aumenta un 6,6 por 100 en los mayores de 65 años. Entre gente más joven no parece que el riesgo sea notable.

Se sabe de todos modos, que estar sometido a un ruido en torno a los 55 decibelios, puede incidir y elevar las cifras de tensión arterial.

La intensidad sonora se mide en decibelios, pero su escala no sigue una proporción normal. Por ejemplo, añadir tres decibelios significa duplicar la intensidad de nivel sonoro. Para dar una idea: la actividad normal del ser humano provoca un ruido de alrededor de 55 decibelios. A partir de 65 el ruido empieza a ser notable. Una voz fuerte, produce una sensación auditiva soportable. Puede situarse entre 65 y 75 decibelios. Es equiparable al ruido de una oficina o un apartamento ruidoso. En la calle, equivale a un tráfico importante. La conversación ya se hace difícil si tenemos 80 decibelios. De 80 a 95 encontramos ruidos como los de un comedor escolar, un molinillo eléctrico de café o una máquina segadora. En la calle sería el equivalente a trafico intenso, el ruido del metro, el claxon de un coche insistente o la hélice de un avión. Los efectos sobre la salud a este nivel se traducen si la exposición es larga, en pérdida de audición, en fatiga y en agresividad. Entre 100 y 110 decibelios hay que gritar para entenderse. La sensación se hace difícil de soportar. Es el ruido de una discoteca o de una serrería de madera. En la calle se puede traducir por el ruido de un compresor de aire, una remachadora automática, o una moto sin silenciador a dos metros de distancia. Si se pasa de los 120 decibelios, ya no se puede establecer una conversación, aparece sensación de dolor en los oídos y hay que pedir protección especial. Seria el ruido de un reactor en la pista o el de un avión despegando. Ya se plantearían lesiones irreversibles en el sistema auditivo.