Opinión

La violencia se aprende

Ramón Sánchez-Ocaña
Ramón Sánchez-Ocaña

Jueves 17 de septiembre de 2020

3 minutos

 

Estamos haciendo un mundo violento . Desde los juegos infantiles (hay que matar al enemigo), hasta los cuentos más ingenuos de nuestra niñez, pasando por las horas de televisión que contemplan. Y no hay duda de que es una conducta que se aprende. Quien crece en un entorno agresivo tiende a volverse insensible y a asumir que la agresión es la respuesta automática ante la contrariedad. Además, vemos que la sociedad suele resolver sus conflictos peleando, castigando o matando. Y el problema grave es que nosotros hemos hecho de la violencia una rutina. Porque el violento no es solo 'el malo' de la película . También lo es el héroe. Es más, llega a ser héroe porque aplica la violencia contra el otro. La violencia del héroe aparece como la justificación frente a la violencia del enemigo. Y así  se llega a la conclusión de que hay una violencia buena y otra mala. 

Es verdad que hay miles de niños que ven estas escenas y no todos son violentos. Pero uno de cada dos niños sueña con la televisión. La mitad, con sus programas favoritos. La otra mitad, tiene terrores por los programas que le disgustan. Y más: un niño, desde los 5 hasta los 15 años, ve alrededor de 15.000 muertes violentas en su pantalla.

Es cierto que no afecta a todos por igual. Pero es que la violencia no es un hecho, sino un proceso. Ya nadie acepta que el ser humano sea violento per se, sino que, ante una presión, reaccionan con violencia después de una trayectoria; es decir, después de haber visto mucha violencia.

El problema más grave de todos modos es que corremos el peligro de considerar la violencia como algo natural, por cotidiano. Y por tanto, de creer que es inevitable. 

La única solución es reconocerlo. Saber que existe y saber que la violencia no es una cualidad intrínseca del ser humano y que, por tanto, se puede prevenir. Y después, tomar medidas. Reconocer, por ejemplo, que en la educación se ha pasado de un sistema autoritario a un sistema absolutamente permisivo. Y así, ni el niño y ni el joven tienen una idea clara de lo que puede y debe hacer y de lo que no.

Otro punto es  tratar de controlar  los factores que contribuyen a la proliferación de esa violencia y no limitarnos socialmente  a estar satisfechos con que  caiga el peso de la ley sobre los actos violentos delictivos. Y contrarrestar la corriente de violencia estimulando esa parte buena que todos tenemos y, especialmente, en la juventud.